viernes, 10 de septiembre de 2010

El reloj suena, ese, el que está en la pared blanca y vieja; al lado del almanaque de la carnicería “Raulito”. La que está al lado del taller, al lado de su casa, pasando como quién se dirige hacia la municipalidad.
Son las tres de la tarde, hace un poco de frío dentro del taller, dentro de la casa. Ricardito mira por el ventanal mientras desarma una motoneta verde y blanca, tiene ganas de tomar mate, cada vez más, más y más mientras desarma la transmisión, mientras saca la rueda de la horquilla, mientras apoya la rueda -ya a fuera de la horquilla- en la pared.
“La tarde es otra tarde de otoño cualquiera: amarilla, templada, sepia” se decía Juancito mientras miraba un pequeño lugar azul de la camisa azul con manchas negras de grasa, mientras miraba por la ventana a la gente pasar, mientras trataba de recordar en un poema que había dicho…
-¿Te pones el agua para unos mates, Juancito?- dijo Ricardito mientras juntaba las tuercas, las arandelas y los chapones dentro de un cajón de manzanas rionegrinas y pensaba en nada, en un vacío oscuro y en el frío y en las campanas del reloj que parecían (en la mente de Ricardito) seguir resonando.
Juancito preparaba el mate: primero la yerbera en el segundo estante, luego lavar el mate, limpiarlo de los restos del mate de la mañana, ponerle la yerba, unos golpecitos para torcer la yerba dentro del mate, volcar un poca de agua dentro del mate para mojar la yerba, clavar la bombilla en ese verde pequeño y redondo claro.
Mientras chupaba el primero de los mates (para probar la temperatura y escupirlo en la pileta) seguía pensando en el poema… que lo decía, lo decía –recitaba- Julita Vásquez.
-¿Te acordás, Ricardo, del poema ese, ese que decía –recitaba- Julita?- pregunto Juancito mientras sonreía (por Julita) y Ricardito chupaba el mate. Pero Ricardito no dijo: -Sí, como no me voy a acordar, de Julita (¿qué linda es?) y de ese poema tan bonito, ¿de quién era?.
No, no decía nada, solo se encargaba de chupar despacio el mate, de tomar en dosis casi precisas cada gota verde de mate.
-¿Cómo era el poema?; ¿qué poema decía Julita?; ¿Julita, la mayor del hilandero y de la profesora de matemáticas?; ¿Julita la más chica, porque la mayor (que buena que estaba, también pero Julita mejor) era Patricia?; ¿el poema, era lindo¿; ¿era largo?; ¿cómo era?” se interrogaba el mismo Ricardito sin conseguir, nada, ninguna respuesta, ni un solo verso.
-Sabés que no… me acuerdo bien- dijo Ricardito pasándole rápido el mate vacío a Juancito.
La tarde estaba quieta, tanto que la imagen de la vidriera parecía una película en cámara lenta. La gente pasaba, estáticos. Saludaban con la mano en alto, como si fueran árboles muertos secos y terminaban desapareciendo de la vidriera.
Ricardo absorto miraba pasar la gente y no prestaba atención a la espera del mate que Juancito, también absorto mirando la vidriera, le pasaba.
Ambos petrificados entre la poca luz. Ambos fuera de sí (o dentro de sí) como si fueran las figuras de un cuadro. Ambos en una imagen, mimetizados con el fondo. Ambos…y nadie parecía ser en esas tres altas paredes blancas y viejas.
Nada parecía sacarlos de ese estado, nada parecía traerlos de nuevo a la habitación, a la sensación caliente de la bombilla, a la luz que entraba por la puerta entre abierta del baño, nada. Nada hasta que sonó el otro reloj dando las tres de la tarde al lado de la puerta del baño; a la derecha del almanaque de la carnicería que en rojo decía: “Carnicería Raulito. Carnes de primera calidad…”
-Che Ricardito, ¿de dónde sacaste aquel reloj?- dijo una voz hasta ahí sin persona, aunque bien, solo podía ser la de Peralta o la del Prusiano Gómez.
Ambos miraron y vieron la sonrisa con ventanas del Prusiano como si nunca hubiera salido de esa época de la infancia en la que se renuevan los dientes.
-Eh… ¿cuál?, ¿Aquél o este?- dijo Juancito que conocía al milímetro los relojes que Ricardito armaba y desarmaba.
-Ese era de la viuda de Luis Chico, el panadero, ¿te acordás que lo tenía en la panadería arriba de la vitrinita?- dijo Juan
Mientras le ponía agua al mate, mientras Ricardito observaba, cuidadosamente, el desperfecto de la motoneta verde y blanca. Juan le da el mate al Prusiano. Goméz asintió con la cabeza y agarró el mate espumante verde.
-No ese no, ya sé que ese era de Luis Chico, yo digo el otro, ¿él que sonó recién?, aquél- dijo entre sorbos Gómez.
-Él que está allá al lado del baño…-
-Era de mi abuelo, primer Gaitán.- dijo Ricardito sin dejar que termine de decir el Prusiano.
-Ah!, está lindo- y después de decir, el Prusiano sonrío – debe de tener como 80 años-.
-Puede ser. Che Prusiano, ¿te acordás del poema que decía la hija del hilandero?- Pregunto Ricardito sin detenerse a mirarlo, pasándole el mate a Juancito.
-¿Cual?... ¿la culona o la morochita de pelo corto?. Dijo el Prusiano Gómez como si hubiese esperado cien años esa pregunta para esa respuesta. Sin pensar la pregunta que dio como respuesta ya que ambas –Julia y su hermana, Patricia- eran parecidas: parecido el pelo y parecidos sus atributos. Igualmente de insinuantes (de culonas y tetonas) aunque la más joven era de un encanto particular, belleza única, más delicada. La otra, la mayor, sí era linda, era bella, era con la que todos los hombres del pueblo querían tener algo, un noviazgo, un casamiento o acostarse un noche. En cambio, Julita era bella para algunos pocos. Tenía lindo cuerpo y era buena, tal vez un tanto caprichosa y reservada pero esas sombras en el silencio era lo que la hacía única. Ese tipo de belleza que veían uno pocos, entre esos Juancito y Ricardito pero para el Prusiano era “la morochita de pelo más corto”.
-La de pelo más corto- respondió Juancito.
-mmm… pará. Una vez lo escuche pero, sabés, no me acuerdo nada, me acuerdo de este (señalo la espalda escueta de Ricardito) y de peón tres a alfil cuatro- dijo Gómez y siguió acompañándose con sus manos: una, la izquierda, que esperaba que Juancito le pase el mate y la otra, la derecha, dibujando líneas rectas en un plano, un pequeño plano que flotaba en el aire.
-Sí, después… caballo cinco a… “tarde…” se llamaba, alfil- dijo, y terminó o así propuso el silencio.
Juancito y Ricardito se quedaron sorprendidos, a su manera por lo que dijo el Prusiano.
-¿Qué mierda dijiste, Pru…? Pregunto Ricardito en un tono áspero y amenazante.
-Sí, ¿cómo dijiste?- continuo Juancito a la pregunta de Ricardito.
-Qué se llamaba algo así: tarde…, algo tarde, la tarde algo- dijo el Prusiano seguido a la pregunta de Juancito.
-Sí, así era la jugada. Cómo te gané ese día- seguido a la última respuesta, a la pregunta, en respuesta a la pregunta de Ricardito.
-Cállate, me haces el favor… terminó en tablas porque te dormiste del pedo que tenías, caradura.- enojado y un tanto tenso dijo Ricardito –si estuviese acá, Moncholo no podrías mentir. Mentiroso si te dormiste en la sexta jugada.-
El día ensombrece. El viento del sur mueve las ramas de los álamos de la calle, pasan el viejo De Luca junto a Ramón hacia el centro, miran hacia adentro, saludan y siguen hasta perderse en la ventana. Laura Córdoba pasa, su pollera y sus pelos largos al viento, la corre el perro de Matute.
El viejo De Luca, que antes había pasado apurado hacía el centro, camina despacio anunciando la entrada al taller de Ricardito, pero Ricardito no le presta atención.
Recuerda el partido de ajedrez y el poema al mismo tiempo pero un pensamiento molesta al otro, se confunden, se hacen ilegibles: un mar de significado dentro de un frasco sucio, una ciudad hecha escombros y un niño buscando su bicicleta entre pedazos de mampostería.
-¿Son las tres?- dijo el Prusiano y De Luca tanteaba el picaporte.
-¡Qué temprano!- el ruido del picaporte, del mecanismo de la cerradura enredado entre las vocales silbadas por las falta de dientes de la boca del Prusiano.
-¡Avispate pelotudo!- dijo Ricardito.
-Prusiano, son tres y media- Dijo Juancito, De Luca entró y palmeo la espalda de Gómez. Juan le señalo el otro reloj, el primero, él que está a la derecha del Almanaque.
El silencio se hizo nuevamente. El Prusiano se sentía ofendido pero seguía moviendo las manos. El viejo De Luca sorbía el mate delicadamente. Juancito leía con detalle la procedencia de cada uno de los relojes. Ricardito trataba de recordar el poema que decía Julita entre distintos recuerdos, entre distintas imágenes.
“Sí, se llamaba… Tarde… Tarde… Tarde Otoñal…. Tarde Otoñal…; Oh… y suntuosa como un tesoro ideal, ideal, i…de..al” pensaba Ricardito y todo eso que pensaba se arremolinaba como el polvo de la calle detrás del auto de Fernández (el dueño de la motoneta verde y blanca) en línea recta y firme por sobre el ventanal.
-¿Qué haces Ricardito?.- dijo el viejo –Gracias Juan- sentenció y devolvió el mate a Juancito.
-Mañana podés verme la cortadora de pasto y el reloj de Beatriz- preguntó De Luca. Prosiguió –Como andás Prusiano?. Che, ya volviste de Córdoba?, ¿y qué tal?, ¿tu vieja está bien?, ¿Tu tío?. Contá. Contá-. Tomó aire y ansioso esperó la respuesta del Prusiano.
El Prusiano dijo -Bien… bien… bien… eh, bien; sí, bien-, rió, sonrió y nada más para las preguntas ansiosas, típicas del Viejo. -No quiero más, está hecho un asco- dijo el Prusiano y devolvió el mate y así concluyó su breve narración sobre su último viaje.
Los dos, Juancito y Ricardito, emitieron una risita, una seca y grave; la otra larga y aflautada.
-Todo eso me podés decir del viaje, ¡qué elocuente que sos Prusiano!, ¡qué sos… la puta madre!- dijo con desilusión en su rostro arrugado y añejo el Viejo De Luca.
-Y vos Ricardito, ¿para qué mierda tantos relojes?, lo que si podemos afirmar es que sos bien hijo de tu viejo, siempre jugando con relojes, amaba los relojes. ¿Para qué?, si lo que menos hacia era darles bola. Siempre tarde, las veces que lo salve de que lo rajarán de la fábrica, como le gustaba dormir, como le gustaba llegar tarde a todos lados.- dijo, paró, respiró, trago saliva, emitió un sonidito gutural minúsculo parecido a una carcajada pero comprimida, continuó: -Me acuerdo, tu viejo, toda la tarde jugando con esos benditos relojes. ¡qué personaje!, buen tipo, le gustaba dormir y llegar tarde, no más.-
-viejo, ¿viniste solamente a hinchar las pelotas?. Che, ¿este mamerto –hizo un gesto con la cabeza un tanto difuso pero preciso como para indicar que se refería al Prusiano- dice que me ganó al ajedrez aquella vez en la plaza?, cerrale la boca.- Dijo Ricardito mientras cambiaba unos engranajes de la transmisión de la motoneta verde y blanca.
-Qué va a ganar este –señalando a Gómez- , si se durmió el boludo.- dijo De Luca e hizo una seña a Juancito negando el mate; seña que dio por concluido la ronda del mate. -¿A que vine?. A decirte, lo de la cortadora de pasto y lo del reloj. ¿Vine a eso solo?. No. ¿A qué vine?- y así De Luca entró al pantano del olvido y de la memoria: una neblina densa que no deja seguir, ni volver... nada es claro, todo perdido… sólo caminar hasta llegar a algún otro sitio.
La luz del sol empalidece mirada a mirada, aun más, la vereda de cemento de la casa de Papelito Paredes . Ricardito, los escucha y solo le interesa, lo fascina ese pan de sonido y de imágenes en silencio. Lo único que le interfería ese placer era el poema, en la voz de Julita. Ese poema, en la voz de Julita con máscaras. Ese poema, en la voz de Julita con máscaras haciendo mutis por el foro en el escenario, en la cabeza de Ricardito.
-Viejo, vos que sos el tío postizo. ¿Cómo era el poema que decía Julita- dijo Juancito sintiéndose como un cazador, frente a la presa apuntándole, a punto de dispararle y matar, matar de una vez esa incertidumbre que lo mantenía incomodo.
-Sí, ya se cual decís. Se lo enseñe yo… Julita que linda piba y que buena que es… Para un momento- dijo el viejo De Luca mientras revolvía en su cabeza, espantaba las polillas del olvido y otros recuerdos y la duda de por qué había entrado al taller, si salió de la casa para comprar bife angosto. Mientras tanto la incertidumbre era una aguja que atravesaba la cabeza de Juancito. -Era así, un algo así: Pueblo ceniza./ Por el aire bogan/ los tic de los relojes,/ como huellas de dedos/ sobre la brisa fría./ Y el grillo de los gallos/ viene de otro mundo…- Y con un gesto entre satisfecho y gustoso dio final al poema.
-Ese no- dijo Ricardito un tanto fastidioso con el poema del viejo, sumado al buje que sujeta la rueda y la horquilla de la motoneta verde y blanca.
Resonaron, sus palabras, de una forma particular: moderadas en el volumen pero ásperas en el tono. Tanto que no solo se impresiono el viejo sino también Juancito, el Prusiano y María del Carmen que justo entró al taller cuando dijo esas dos palabras: Ese, no.
-No, viejo no es ese al que nos referimos. Ese yo también lo sabía, del que hablamos es el que decía en la plaza, en la galería, después de misa, cuando andaba en bicicleta, ¿me entendés, ése?.- dijo Ricardito mirando (a la vez levanto la mano para saludar a María del Carmen que estaba dentro del taller, de brazos cruzados. La que a su vez hizo una mueca para devolver el saludo) al Viejo en tono de arrepentimiento (seguramente, para redimirse de la anterior respuesta) e interrogatorio.
¿De qué hablan?, ¿del poema que decía Julita?- preguntó María del Carmen, una de las mejores amigas –y confidente- de María del Carmen, la madre de Patricia, la hermana de Julita y por consiguiente, su madre.
-Claro, eso mismo- dijo Juancito apurado, tartamudeando un poco. Otra vez sintiendo ese placer (y la incertidumbre) de poder sacarse la duda.
-Sí, qué bonito y ¿sabés una cosa?, hoy a la mañana me levanté con la misma duda- dijo entre risitas cómicas (sus risitas cómicas) María del Carmen, que al terminar miró el reloj, el qué estaba arriba de la cabeza del Prusiano, en la pared contigua a la puerta del baño y de la puerta de entrada, la que daba a la Carnicería de Raulito. Lo miraba fijamente hasta que sus ojos se sorprendieron en el momento que el reloj dio las campanadas. Las tres de la tarde.
“No son las tres, serán tres y media, las cuatro menos cuarto” se dijo para sus adentros María. Miró al Prusiano “A este loco (por Ricardito) le gusta tener los relojes atrasados, que se le va a hacer… viste, María, son rachas” pareció entender que le decía (callado, siempre callado, solo con los ojos) el Prusiano Gómez telepáticamente.
-Hoy a la mañana me levante con ese poema en la cabeza, pero no me acuerdo bien como comienza. A mí, me gustaba el final- dijo María con esa sonrisa tan amarilla que la caracterizaba.
Ricardito y Juancito la miraron esperando que lo dijera, pero ésto se tardaba, nunca ocurría y parecía que nunca iba a ocurrir. El Prusiano Gómez, que desde que entró verdaderamente poco se había interesado el poema y a esa altura el aburrimiento y el porqué estaba dentro del taller (si él no tenía ni auto, ni bici, ni moto) era lo misma cosa. Una especie de ovillo de lana que asomaba ese partido de ajedrez en el que según sus palabras fue el ganador. El poema de Julita no le importaba, tenía hambre, ganas de comer un bife. Pero seguía ahí, hamacándose en la silla, esperando que el reloj suene otra vez. Pero todavía faltaban unos minutos.
El viejo De Luca, de espaldas a todos los relojes miraba la motoneta. –Es la del Esdrújula Fernández- dijo De Luca.
-Sí, sí, así es- dijo Juacito. –Tal cual- dijo Ricardito –es del Esdrújula- siguió y se dio a silencio por un breve lapso.
-Mejor, mejor no lo nombremos porque se asoma y esta re pesado desde que salió campeón Villa Belgrano, ¡qué fanatismo!- dijo entre dientes Ricardito, Juancito y María del Carmen emitieron una escueta carcajada.
-Yo lo ví hoy a la mañana, y le pregunté por lo mismo que se preguntan ustedes, el guacho, que tiene más memoria, se acordaba de los últimos versos… cuando me los dijo, casi me largo a llorar de la emoción. Después salió como un loco con el auto, tenía que ir a la ciudad para ir a buscar a Gladys que se fue unos días para allá. Creo que fue a buscar laburo de doctora, ¿viste De Luca que es médica?- dijo esto último mirando fijamente al Viejo que no le dio mucha bola, seguía pensando lo mismo que el Prusiano: ¿Por qué estamos en el taller del loco este?- y fue para allá porque tiene una amiga que le podía conseguir un trabajo en una clínica privada- decía María del Carmen, interrumpida por Juancito quién le preguntó: -Y ¿dónde duerme?, si son todos esos de acá, viven a la vuelta de casa-
-Creo que tiene una tía o una madrina que vive en la ciudad- dijo Ricardito ya desilusionado por el contenido del poema. Su búsqueda fue en vano, la derrota es inevitable como la noche, cada vez más cerca.
-Yo iba andando en bicicleta- continuo después de un momento de silencio, donde los integrantes eran espectros de lo que fueron al entrar- por la calle San Martin y ahí me lo crucé, le pregunté por el poema y dijo: “miránome acuerdó todótodo peromé acuerdó el finál, era así”- paro para tomar aire y continuo- …mientras sonrío en una/ eterna/ dicha/ dorada… así es, ¡qué hermoso, no!, de quién corno será- termino de decir con una de esas sonrisas indescifrables de María del Carmen; indescifrables porque no se sabía si era falsa o no.
-Sí…. Tenés razón María, ¡la pucha ese Esdrújula sí que tiene memoria!- dijo feliz Juancito. -No sabemos todo pero sabemos el Titulo y el final, y sí, es hermoso, por eso lo traté de recordar desde hace un rato largo-.
-Sí, la verdad que es muy lindo, ¿a vos que te parece Prusiano?.- Dijo Ricardito con los ojos brillosos y miró fijamente a Gómez, esperando la respuesta.
-Ma’ me importa tres carajos ese puto poema, che. Yo vine porque quería carne- dijo Gómez.
-¿Carne?, al lado Prusiano. Acá otra cosa, relojes o fierros- dijo Ricardito.
-Pero Ricardo, me acordé por suerte, gracias Prusiano- dijo el viejo mirado al Prusiano con una sonrisa- afuera hay un cartel en la carnicería que dice que vos tenés la llave y que te vengamos a pedir la carne…. Yo no vine por la puta cortadora de pasto y por el reloj, vine porque a la noche quiero comerme un bife angosto. Dale entrega la carne, no te hagas el sota- Dijo el Viejo subiendo en cada silaba su impaciencia.
-Pero, ¡por qué no se van a cagar los dos!- dijo ofuscado Ricardito y comenzó a terminar de armar la motoneta.
-No, no. Yo también, quiero tres chorizos colorados, que voy a hacer un guiso.- dijo sin entender del todo bien María del Carmen nada de lo que sucedía, le interesaba solo su pedido. El bullicio estaba creciendo de a poco en el taller.
De pronto se asomó el Turco por la puerta, en realidad no se lleva muy bien con ninguno de los que está adentro del taller-.
-Che pendejo, qué pasó con el Raúl, necesito carne, quiero picada especial un kilo- dijo el Turco.
-Yo dos kilos de asado- dijo otra voz que venía de afuera del local de Ricardito, era la voz de Raúl Lineker.
-che paren que el primero en llegar al taller, fui yo- dijo el Prusiano sin dar lugar a ninguna acotación más y señalándose con el dedo.
-A ver, a todos ustedes, Raúl, el carnicero no paso por acá para dejar la llave, además otra cosa no puedo ver carne, soy vegetariano- Cuando dijo esto último Ricardito, todos se decepcionaron… de a una las voces se marcharon. El Prusiano espero que suene el reloj, está vez dieron las cuatro, se dijo para sus adentros: “El tiempo no pasa, ¡la pucha!” y se fue. Quedaron como al comienzo Juan y Ricardo solos en el taller. Son las cuatro de la tarde, termino el reloj de sonar. Ricardito terminó la motoneta de Fernández.
-Che Juancito, te pones la pava para unos mates- dijo Ricardito.
-Me acorde!, me acorde!- dijo Juancito como la vez que Luis Chico ganó la lotería, y lo se miraron con Ricardito que lo miró con la mirada de Raulito, el carnicero ausente, el día que su amigo, el panadero Luis Chico, se olvido de su mujer, de su familia, de su panadería, de su reloj, de su amigo y se fue del pueblo con el cheque de la lotería para no volver.
Suenan las campanas del reloj. Otro reloj.

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